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EL GAUCHO

Monica

Tour Guide, Buenos Aires, Argentina

| 24 mins read

EL GAUCHO

 

 

No se puede decir con precisión la fecha exacta de la aparición del gaucho en estas tierras. Si nos atenemos a la función o tarea principal que lo caracterizó, bien podría mencionarse alrededor de 1550, si tenemos en cuenta que nació con el primer tropero que condujo hacienda vacuna desde Brasil hasta Asunción, Paraguay.

 

El gaucho tuvo un escenario sin límites en los campos argentinos; es hombre de a caballo, pues sólo así se lo considera “hombre entero”; es amante de la libertad, y como no soporta la vida gregaria, construye su rancho lejos de las poblaciones incipientes de la época.

 

En nuestra vida de campo, la llegada de un hombre de a caballo era signo de confianza y más aún, se le recibía con cordialidad por cuanto no era un paria; a lo mejor andaba sin trabajo, pero su caballo y su recado demostraba hasta su estado económico, por cuanto una cabalgadura bien arreglada, tusada, con los vasos recortados y un recado de buena calidad y prolija presencia, denotaba a un “paisano prolijo”, una buena carta de recomendación, sin dudas.

 

Su vestimenta era simple y cómoda al máximo: chiripá, chaqueta, calzoncillos, botas de potro, poncho* y  sombrero. Tenía tropilla *, pues su vida trashumante lo obligaba a contar con medios para su traslado de una región a otra, y no llevaba más arma que facón *, lazo *, y boleadoras *.

 

Su recado le servía de cama cuando en la soledad de la ancha llanura debía pasar la noche; entonces, ponía el rebenque * en la cabecera señalando el rumbo a seguir para no perderse, y a su caballo lo sujetaba mediante la “estaca pampa”, el cabestro * enterrado unido a un hueso o al rebenque que su flete no podría desenterrar.

 

Su trabajo consistía en la difícil tarea de resero, llevando tropas de una estancia a otra; domador, amansando tropillas que entregaba mansas, dóciles; en las yerras* era donde demostraba dominio del caballo, manejo del lazo en verdadera “junción”, al decir de José Hernández.

 

El gaucho es producto directo de la naturaleza, en la que convive merced a la abundancia de vacunos, yeguarizos, venados, avestruces, peludos, mulitas, etc., que le permitían una alimentación fácil de obtener, y la pulpería, donde calma su sed, completa su dieta y si le entregan una guitarra, enarbola su canto. Allí juega, se divierte, canta, baila y, si la ocasión lo obliga, defiende su vida. Es su club, el ateneo de la pampa.

 

Todo esto implica libertad, y el hombre, como los pájaros, canta en libertad. Por eso, el gaucho es cantor.

 

El sabio Carlos Darwin se asombró al comprobar que el gaucho es dueño de todas sus horas, sin obligaciones ni compromisos con nadie; que prefiere la soledad peligrosa, pero libre de todas las “ventajas” de la vida gregaria. Por eso Darwin afirma que “los gauchos son muy superiores a los hombres de las ciudades”.

 

Otro científico de la época nos dice: “los trabajos de los gauchos se limitan a todo lo que tiene relación con el caballo; todas las faenas las desempeñan sobre el caballo, y nunca trabajan de a pie”.

 

Y según Sarmiento, leemos: “es un bárbaro en sus hábitos y costumbres y, sin embargo, es inteligente, honrado, y susceptible de abrazar con pasión la defensa de una idea. Los sentimientos del honor no le son extraños, y el deseo de fama de valiente es la preocupación que a cada momento le hace desenvainar el cuchillo para vengar una ofensa.

 

Según el General Paz, sabemos que “los paisanos, a quienes damos el nombre de gauchos, que ellos hicieron un nombre de honor, fueron haciéndose cada vez más aguerridos”.

 

Y San Martín, en carta enviada al Gobierno Nacional dice: “Los gauchos de Salta, solos, están haciéndole al enemigo una guerra de recursos tan terrible, que lo han obligado a desprender una división”. Ya sabemos que su jefe era el heroico don Martín Miguel de Güemes.

 

A nadie escapa que el gaucho tuvo y tiene sus detractores. Pero debemos recordar que en su carácter influyeron en forma determinante su poca o nula instrucción, lo difícil de su hábitat, el mal trato recibido por autoridades no justas de la época, y el constante peligro sobre su vida. De todos modos, fue y hoy se prolonga en el humilde paisano, reposado, hospitalario, franco, leal amigo.

 

En nuestra campaña, hoy es común oír decir “gauchito” al hombre o muchacho simpático y agradecido; o “gauchita”, a la mujer agradable, buena moza. “Gauchada” es sinónimo de generosa y desinteresada ayuda, común su uso en todo el país, como símbolo de lo más preciado del ser argentino, capaz de tender una mano en cualquier circunstancia al que la necesite.

 

En cuanto a la etimología de la palabra gaucho, poco es lo que se puede sacar en limpio, pues diversos autores le dan diversos orígenes. Pero podríamos tomar la opinión de algunos de ellos que coinciden en afirmar que la palabra “gaucho” deriva de “gauderio”, denominación portuguesa que se daba a los paisanos del estado de Río Grande, Brasil. Cuando el vocablo se empezó a usar en el siglo XVIII, era usado como sinónimo de cuatrero y contrabandista: “Sin ocupación alguna, oficio ni beneficio, sólo andan vagando y circulando entre las poblaciones.....y sus inmediaciones, viviendo de lo que pillan, ya en changadas de cueros, ya en arreadas de caballadas robadas ......sin querer conchabarse en los trabajos diarios de las estancias, labranzas ni recogidas de ganado”.

 

Las pampas rioplatenses  del siglo XVII y XVIII. en las que nació el gaucho estaban pobladas por inmensas manadas de ganado cimarrón que deambulaban en absoluta libertad por los campos desolados. A los animales integrantes de estos rebaños salvajes se los sacrificaba mediante verdaderas expediciones de caza conocidas como “vaquerías” para obtener fundamentalmente los cueros, que en esos tiempos iniciales de nuestra explotación pecuaria constituían el artículo casi exclusivo de riqueza y exportación.

 

Los montaraces vacunos eran derribados utilizando una filosa medialuna de acero atada en el extremo de una larga caña, con la cual los jinetes “desjarretaban” (seccionaban los tendones de las patas traseras) a los animales, que así caían a tierra, donde eran rápidamente ultimados y desollados a cuchillo.

 

La matanza del ganado cimarrón continuó a un ritmo incontrolado, a pesar del esfuerzo de las autoridades por reglamentarla, que provocó la acelerada extinción de esa extraordinaria riqueza. Es en este ámbito donde encontramos la primera prueba documental de la existencia en nuestra campaña de individuos de “tipo gauchesco” –o sea, de cuatreros, según el sentido primitivo del término. Esta referencia a los paisanos que vivían libremente en las pampas, sin un empleo fijo, y sustentándose de la matanza incontrolada de vacunos alzados, constituye el comienzo de la “biografía” del gaucho, porque a partir de entonces se multiplican las referencias a esos “mozos perdidos”, como los llamó también Hernandarias, y a la acción que desarrollaron incesantemente las autoridades para tratar de contener sus tropelías contra la hacienda.

 

En la segunda mitad del siglo XVIII estos cuatreros de las llanuras rioplatenses reciben, por otra parte, una nueva denominación; el calificativo de “gauderio” reemplaza al de “changador”, que identifica a “una mezcla heterogénea de paulistas, mulatos, indios, españoles y santafesinos....que no habrían podido subsistir sin los trueque de efectos robados, ganados, cuero, grasa, que canjeaban por lo necesario para su vida primitiva, inclusive aguardiente, con los mercaderes portugueses que iban a buscarlos a sus guaridas. Acerca de estos “gauderios” leemos: “Mala camisa y peor vestido, procuran cubrirse con uno o dos ponchos; usan la sudadera del caballo como cama, sirviéndoles de almohada la silla. Se hacen de una guitarrita, que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas, que regularmente ruedan sobre amores. Se pasean a su albedrío por toda la campaña y con notable complacencia de aquellos semibárbaros colonos, comen a su costa y pasan semanas enteras tendidos sobre un cuero, cantando y tocando.....Muchas veces se juntan de éstos cuatro o cinco, y a veces más, con pretexto de ir al campo a divertirse, no llevando más prevención para su mantenimiento que el lazo, las boleadoras y el cuchillo.

 

En 1790 aparece, finalmente, la primera mención de la palabra “gaucho”, que será la que se impondrá a todos los términos anteriores. El primero que hizo una precisa distinción entre la condición del paisano corriente y el gaucho, fue el célebre naturalista español Félix de Azara, quien señala: “Hay por aquellos campos otra casta de gente, llamada más propiamente gauchos o gauderios. Todos son, por lo común, escapados de las cárceles del país y del Brasil, o los que, por sus atrocidades, huyen al desierto...Por ningún motivo quieren servir a nadie, y sobre ladrones, roban también mujeres”.

 

El vocablo conservó así, durante mucho tiempo su significado oprobioso en nuestra patria. La situación comenzó a cambiar con el levantamiento de las masas rurales comandadas por los caudillos federales. Así es como se inicia la “transmutación del gaucho, que en el futuro será cada vez menos “neto”, o sea, hombre errante y perseguido por la justicia, jugador, tomador y pendenciero, robador de mujeres y vacas ajenas, para identificarse con el simple paisano de nuestras campañas, tan valiente, extraordinario jinete y ducho en el manejo del lazo, las bolas y el cuchillo como su hermano cuatrero, pero arraigado en su pago y conchabado en la labor regular de las estancias. Así lo cantó José Hernández en las estrofas iniciales de Martín Fierro, en que el protagonista rememora los tiempos felices anteriores a sus desgracias, cuando “Y apenas de madrugada / empezaba a coloriar / los pájaros a cantar / y las gallinas a apiarse / era cosa de largarse / cada cual a trabajar”.

 

Un antiguo viajero definía asombrado a los gauchos diciendo: “Prácticamente nacen y mueren sobre el lomo de un caballo. Apenas dan sus primeros pasos, ya sus padres los montan sobre las grupas de sus pingos y les hacen recorrer grandes distancias. Un poco más tarde, tienen su caballo propio, y a los siete u ocho años hacen ya largas galopeadas, y se ejercitan en lazar ovejas y en arrojar sus pequeñas boleadoras inofensivas, hechas con dos huesitos liados con un tiento de cuero, a las patas de los perros o de algún corderito guacho criado en el rancho. Un poco más adelante duerme sobre el recado en un rincón de la cocina y participa de casi todos los trabajos caseros. Aprende a cortar un cuero en tientos, a trenzar un lazo, a confeccionar una brida o un cabestro. Pronto no le satisfacen los caballos mansos, quiere pasar por un buen jinete y se le suele ver montado en un potrillo medio salvaje, que muestra con orgullo a sus compañeros, haciéndolo dar vueltas por el campo. A veces, a falta de potrillo y para darse importancia, reemplaza el freno de su caballo manso por un “bocado”, especie de correa con que se aprieta la mandíbula inferior de los redomones. Hacia los catorce o quince años el gaucho es casi un hombre, sabe rasguear una guitarra y bailar un “gato” o un “triunfo”; hasta se anima a hacer alguna composición poética, o a decir una frase galante. Ya hombre, frecuenta las pulperías, juega a la baraja o a la taba, caza avestruces, toma parte en las carreras de caballos, va de noche a los bailes cuida sus caballos, remienda o confecciona las partes del apero que necesita, y trabaja solo o para los demás. Se conchaba por mes o por día, y vive en su casa, si tiene un rancho, o de lo contrario, en casa ajena en calidad de peón o “agregado”.

 

No existe ser más franco, libre e independiente que el gaucho. Sencillamente armado y montado en su buen caballo, es señor de todo lo que mira. No tiene amo, no labra el suelo, difícilmente sabe lo que significa gobierno. Constituyen una raza con menos necesidades y aspiraciones que cualquier otra. Generalmente es un hombre alto, enjuto y moreno. Apenas puede tenerse en pie, después de apartado del pecho materno, se le coloca a caballo en la delantera de la silla paterna, y aprende así, al mismo tiempo, a conocer el suelo que pisa y el fiel animal que ya no abandonará hasta la muerte. A menudo el gaucho come y dormita sobre la silla. A pie camina mal, y al arrastrar las inmensas rodajas de sus pesadísimas espuelas, que le impiden caminar como nosotros, parece una golondrina desterrada y sujeta a morar en la tierra. Y en cuanto monta su flete, va casi siempre al galope, muy pocas veces al tranco.

 

Con la cabeza erguida, aire suelto y grácil, los rápidos movimientos de su bien adiestrado caballo, todo contribuye a darle el retrato del bello ideal de la libertad.

 

Así como su aparición en el escenario nacional no está bien determinada, tampoco lo es su desaparición. Sin dudas, la introducción del alambre por Ricardo Newton en 1846, fue una causal importante, su decadencia se acentuó con el decreto del 30 de agosto de 1815 por el cual “todo hombre de campo que no acreditara ante el juez local tener propiedades, sería reputado sirviente y quedaba obligado a llevar papeleta de su patrón, visado cada cuatro meses, so pena de conceptuárselo vago”. Lo demás lo hizo el tiempo.

 

 

 

 

GLOSARIO

 

Boleadoras: arma y también instrumento de trabajo genuinamente criollo. Consiste en sogas o ramales que llevan en su extremo unas bolas que se lanzan a distancia con fuerza, sobre los animales, para derribarlos. Puede ser de dos o tres bolas. Nuestros gauchos los adoptaron de los aborígenes. Las primeras boleadoras fueron de una sola bola, bola arrojadiza, que también se llamó bola perdida. Eran de piedra y estaban sujetas a una soga de tientos de más o menos un metro de largo. Las lanzaban con muy buena puntería y a gran distancia. En los combates cuerpo a cuerpo se usaron como maza. Se llama “manija” a la bola más pequeña, la que se tiene en la mano para revolear y lanzar las boleadoras. El paisano estrenaba sus boleadoras boleando vacas; así conseguía el estirado de las sogas y el ajuste de los tientos. Estas sogas se humedecían un poco para facilitar el estirado. A falta de piedras, muchos las confeccionaban con hueso de caracú vacuno; y en la provincia de Buenos Aires los muchachos solían hacer boleadoras con cascarria de oveja. El paisano maneja las boleadoras tomando en la mano la “manija”, luego revolea las otras dos por sobre la cabeza, haciéndolas girar en redondo y lanzándolas con violencia en forma de alcanzar con exacta puntería el blanco elegido, ya sea un enemigo, para inutilizarlo, herirlo o matarlo o, cuando se trata de un animal, para derribarlo, trabándolo e inmovilizarlo. En el caso de bolear un avestruz, se usan boleadoras de dos, o avestruceras, que se le tiran al cogote; el animal, en su carrera, enreda las patas en las sogas de las boleadoras y, generalmente, cae al suelo.  Don Diego de Mendoza y otros notables españoles fueron muertos por las boleadoras; y años más tarde, don Juan de Garay resultó herido por esta arma.

 

Facón: cuchillo grande, recto y puntiagudo, con guardia. Puede tener dos filos, y es usado por el gaucho como arma de pelea. Los hay de todo tamaño. Entre la empuñadura y la hoja lleva corrientemente una media luna o  S . Antiguamente se hacían de una espada o sable roto. José Hernández, en su Martín Fierro dice:  “Su esperanza es el coraje

                                                         su guardia es la precaución,

                                                         su pingo es la salvación

                                                         y para uno en su desvelo

                                                         sin más amparo que el cielo

                                                         ni otro amigo que el facón”

 

Lazo: trenza redonda de tientos de cuero crudo de vacuno, de burro etc., que sirve para enlazar o pialar, como así también para arrastrar a la cincha animales vivos o muertos, objetos, etc. Puede ser hecho con un solo tiento torcido al revés. Los trenzados son de uno, dos, tres, o cuatro y hasta de ocho tientos. Mide 17 a 20 m de largo, con una argolla de hierro en un extremo, que sirve para armar la lazada corrediza. En el extremo opuesto lleva una presilla. Que se prende al recado del enlazador. Agarrándose de una soga que llevaban a media espalda de sus caballos, los expertos jinetes podían resistir mejor el esfuerzo, cuando corriendo de cerca al bagual, lo enlazaban y le ceñían fuertemente el lazo, hasta casi ahorcarlo, en forma de apresarlo definitivamente.

 

Poncho: manta cuadrada de lana de oveja, alpaca, vicuña, etc., o de algodón, con una abertura en el centro por donde se saca la cabeza. Tienen aproximadamente dos metros de lado. Los más lujosos son los de vicuña. En toda su diversidad de tejidos y tamaños, el poncho fue la ajustada expresión de cada país, del clima, costumbres de sus gentes y sus medios económicos. Esta prenda es muy conveniente para cabalgar, porque deja los brazos libres y protege completamente el cuerpo. Cubre íntegramente al jinete y en la parte trasera, toda el anca del animal; hace de sobretodo y en el invierno resguarda del agua; es cobertor en las camas improvisadas del camino y en el verano guarece de los rayos solares; se emplea de mantel; es carpeta en el momento del juego; y sirve como escudo, arrollado al brazo, en las peleas a cuchillo.  Poncho patria: hecho con paño grueso azul, con cuello y pequeña abotonadura. Poncho pampa: se caracteriza por su repetición de cruces, por sus fajas en líneas longitudinales o por sus guardas gruesas, casi siempre distribuidas en blanco y negro. Poncho de los pobres: en lenguaje popular, el sol. Venirse a poncho: es frase con la que se alude al que se presenta a algo sin estar preparado. No pisarle el poncho: no atrevérsele a alguien. Donde el diablo perdió el poncho: muy lejos.

 

Rebenque: látigo corto, cuyo cabo mide más de treinta centímetros y lleva en una extremidad la lonja, que debe tener el mismo largo que el cabo.  El paisano lo lleva generalmente en dos dedos de la mano, o colgado del cabo del cuchillo que usa en la cintura, nunca en la muñeca.  Hay rebenques de cabo de cuero crudo, verga, trenzados de cerda y de plata.

 

Tropilla: Conjunto de animales yeguarizos, porción limitada de animales mansos, acostumbrados a andar siempre juntos, que obedecen a la dirección de una yegua tutelar. Esta yegua se llama “madrina” y lleva en el pescuezo un cencerro para indicar su presencia a los “ahijados”. “Entablar una tropilla”: preparar los caballos de una tropilla para que sigan a la “madrina” borreguilmente, no necesitando que los arreen, lo que da gran tranquilidad al paisano que lleva hacienda vacuna. El primer paso para entablar una tropilla es dedicarle gran cuidado a la educación de la yegua madrina, que es su llave.  “Tropilla de un pelo”: tropilla en la que todos los animales son de un mismo pelo. Generalmente la yegua madrina es de un pelo diferente y extraño. Esa tropilla es más lujosa que la de varios pelos, y si bien puede representar un gran valor por la bondad de sus “pingos”, lo cierto es que en buena parte lo tiene también por lo decorativo, resultando una demostración de lujo del paisano, ya que no es fácil obtener un conjunto homogéneo en cualidades, construcción y pelo.

 

Yerra: fiesta tradicional de los gauchos, expresión de virilidad e ingenio, la costumbre criolla de mayor resonancia. Trabajo en que se procede a marcar las crías orejanas de vacuno y yeguarizo. Se efectúa en el otoño de todos los años. En esta época se va la mosca y se retira la sabandija.  Puede ser “a corral” o “en rodeo”.

 

 

 

 

 

PAYADOR

 

El gaucho fue siempre cantor, y difícil es separarlo de una guitarra, el instrumento con que acompañaba en sus trovas y consecuentemente usada por el payador.

 

Ningún instrumento, aún en nuestros tiempos, ha tenido mayor acogida en la campaña que la guitarra. Si recorremos nuestras provincias, no hay pueblo, por pequeño que sea, que no tenga más de un cultor. En nuestro campo, en la provincia de Buenos Aires, encontramos muchos paisanos que ejecutaban la guitarra y solían acompañarse en pausados estilos, milongas corraleras o repiqueteados malambos.

 

El desafío, tanto en el canto como en la ejecución de instrumentos, es tan antiguo como el hombre. La aparición del payador en nuestro continente data de mediados del siglo XVIII. La payada a fines de ese siglo ya tenía gran arraigo en nuestras latitudes, a tal punto que todas las pulperías en ese siglo contaban con guitarras esperando al cantor trashumante.

 

Esta forma de canto contenía “contrapunto” de preguntas y respuestas, participación de varios trovadores, motivos amorosos, etc. Encontramos variaciones en la versificación y en el ritmo empleado en el acompañamiento.

 

En cuanto a la versificación, los payadores prefieren en estos últimos tiempos, los versos octosílabos (usado en el Martín Fierro); pero antiguamente se usaban metros con mayor cantidad de sílabas. En cuanto a la estrofa, se usaron cuartetas, sextinas y décimas (siendo estas últimas las más usadas en estos tiempos)

 

Los payadores nuestros cantaban generalmente por “cifra”, y a veces por “tristes” en cuanto al acompañamiento de la guitarra, hasta 1884, en que Gabino Ezeiza introdujo el ritmo de milonga en la payada.

 

La confrontación entre dos payadores a veces es casual, aunque no faltaron los trovadores gauchos que teniendo noticias de un buen payador en un lejano lugar, acudían a su encuentro para ver quién era mejor. Es en esos casos en los que se realizaron famosas payadas.

 

La letra de las payadas no es escrita en razón de ser fruto de la improvisación. No obstante, muchas de ellas se han salvado del olvido merced a la memoria del pueblo; otras, gracias a versiones taquigráficas y aún publicaciones en diarios de la época.

 

Tal vez, al situar a Santos Vega en la pampa, podría creerse que no existieron payadores en otras provincias, pero esto sería erróneo, pues los encontramos a todo lo largo de nuestro territorio.

 

Desde la antigua pulpería, tanto de campaña como de ciudad, pasando por el circo y el teatro, el canto llega a la radiofonía por influencia del disco que suma su presencia en el interés popular. Simultáneamente, en la primera década del presente siglo, junto al payador aparece en la escena del arte nativo, el cantor nacional. La diferencia entre ambos consiste en que mientras el payador es un improvisador nato, repentino y espontáneo, en quien la letra va asomando por rápida inspiración al compás de la música, el cantor repite las letras memorizadas y se ajusta a un determinado repertorio.